San Agustín de Hipona (354 d.C - 430 d.C.) fue un filósofo y teólogo cristiano reconocido por su influyente papel en el catolicismo y la filosofía occidental (Cajal, 2018). Sus pensamientos y escritos desempeñaron un papel fundamental en la consolidación del cristianismo después de la caída del Imperio Romano. A menudo, se le atribuye el título de padre de la teología ortodoxa oriental y el más destacado de los cuatro padres de la Iglesia Latina (Cajal, 2018). En correspondencia con Tornau (2019), los filósofos actuales continúan sintiendo fascinación por las ideas innovadoras de San Agustín sobre el lenguaje, el escepticismo, el conocimiento, la voluntad, las emociones, la libertad, el determinismo y la estructura de la mente humana y, por último, pero no menos importante, su forma de hacer filosofía.
Biografía
Agustín de Hipona, originalmente conocido como Aurelius Augustinus Hipponensis, nació el 13 de noviembre del año 354 d.C. en Tagaste, una provincia romana del norte de África (O´Donnell, 2021). Tagaste era una comunidad romana humilde situada en el valle de un río a 64 kilómetros de la costa mediterránea de África (O´Donnell, 2021). Su nombre se derivó del latín, significando aquel que es venerado (Cajal, 2018). Era hijo de Monica, de ascendencia bereber y devota de la Iglesia Católica (Guzman, s.f.). Cuando Mónica era joven, decidió no casarse para dedicar su vida a la oración (Cajal, 2018). Sin embargo, su familia dispuso que se casara con un hombre llamado Patricio, descendiente de la fe pagana (Guzman, s.f.). De conformidad con Cajal (2018), Patricio se caracterizaba por ser trabajador, pero a la vez, no era una persona religiosa, le gustaban las fiestas y el sexo casual.
Sus padres pertenecían a la clase respetable de la sociedad romana, gestionando sus recursos para brindarle una educación de primera clase, a pesar de que sus medios eran a veces limitados (O´Donnell, 2021). Aunque tenía al menos un hermano y una hermana, parece haber sido el único hijo enviado para recibir educación (O´Donnell, 2021). A los 11 años, fue enviado a un colegio en el sur de Tagaste, donde permaneció hasta los 17 años, cuando inició su formación en retórica (Guzman, s.f.). Después de esta etapa, abandonó la Iglesia para seguir el maniqueísmo, una religión influenciada por el profeta persa Mani (Guzman, s.f.). Aunque posiblemente fue activo como apologista y misionero maniqueo, nunca se convirtió en uno de los elegidos de la secta, comprometidos con el ascetismo y la abstinencia sexual (Tornau, 2019). Conforme con Cajal (2018), al regresar a casa de las vacaciones para contarle a su madre sobre esto, ella lo expulsó porque no aceptó que no se adhiriera al cristianismo.
Poco después, formó una familia con la mujer que fue su pareja durante 15 años (Guzman, s.f.). Con ella tuvo a su único hijo llamado Adeodato, quien fue bautizado junto con su padre en Milán y falleció poco después, a los 18 años (Tornau, 2019). En el año 383, se trasladó a Roma, continuando sus estudios de retórica, filosofía, persuasión y oratoria (Guzman, s.f.). Mientras estaba en Roma, se enfermó y estuvo postrado en una cama (Cajal, 2018). Después de recuperarse, el gobernador de Roma y su amigo personal, Simaco, intercedió para que fuera nombrado magistrado en la actual ciudad de Milán. Durante este tiempo, aún adhería a la filosofía del maniqueísmo, pero comenzó a asociarse con el obispo de Milán, Ambrosio. Según Cajal (2018), a través de la intervención de su madre, que ya estaba en Milán, participó en las conferencias del obispo Ambrosio, las cuales hicieron que escuchara y admirara el papel.
Mediante el obispo Ambrosio, conoció las enseñanzas del filósofo neoplatónico griego Plotino y los escritos de Pablo de Tarso (Cajal, 2018). En el verano del año 386, tras una profunda crisis personal detallada en su famosa obra, “Confesiones", finalmente se convirtió al cristianismo (Guzman, s.f.). Abandonó la retórica y la ciencia, renunció a los vínculos conyugales y se dedicó al ejercicio del sacerdocio (Guzman, s.f.). Luego, se mudó con su madre a Casiciaco, una ciudad cercana a Milán, entregándose a la meditación (Cajal, 2018). Según Tornau (2019), después de un invierno de ocio filosófico en la finca rural de Cassiciacum cerca de Milán, fue bautizado por el obispo Ambrosio en la Pascua del año 387 y regresó a África, acompañado de su hijo, algunos amigos y su madre, quien falleció en el viaje.
Posteriormente, regresó al norte de África y fundó un monasterio (Guzman, s.f.). En el año 391, fue ordenado sacerdote en la ciudad de Hipona, actualmente Annaba, Argelia. Desde allí, fue conocido como Agustín de Hipona y pronto fue reconocido como un gran predicador (Guzman, s.f.). Aunque se dice que no deseaba este nombramiento, finalmente lo aceptó; lo mismo ocurrió cuando fue nombrado obispo en el año 395. Falleció en el año 430, probablemente el 28 de agosto, a los 75 años; después de su nombramiento como obispo y "patrón del clero regular" (Cajal, 2018; Guzman, s.f.). De acuerdo con Guzmán (s.f.), aunque las causas exactas de su muerte son desconocidas, se sabe que ocurrió en el contexto de la invasión de la provincia romana de África por parte de los vándalos de Genserico.
Teoría del Conocimiento
La teoría del conocimiento de Agustín, también conocida como la doctrina de la iluminación, representa una epistemología no empirista fundamentada en una interpretación neoplatónica de la doctrina del recuerdo de Platón (Tornau, 2019). Agustín sostiene que el conocimiento genuino requiere una experiencia directa; la información de segunda mano, como un testimonio fiable, puede generar una creencia verdadera y justificable, pero no constituye el conocimiento en el sentido estricto. En el caso de los objetos sensibles, tal conocimiento de primera mano es posible a través de la percepción sensorial. No obstante, según Tornau (2019), el conocimiento de los objetos inteligibles no puede obtenerse empíricamente mediante la abstracción ni transmitirse lingüísticamente por un instructor humano; en cambio, demanda una actividad intelectual personal que culmina en una intuición intelectual, evaluada por un criterio intrínseco a cada individuo y no presente en ninguna otra parte.
El paradigma de este tipo de cognición abarca las verdades matemáticas y lógicas, así como las intuiciones morales fundamentales, comprendidas no a través de la fe en un maestro o un texto, sino directamente percibidas (Tornau, 2019). La condición y criterio de verdad para esta intuición intelectual reside en Dios, concebido como un principio inmaterial neoplatónico, es inmanente y trascendente con respecto al alma. De manera similar, argumenta que alcanzar esta verdad implica la introspección, a través de lo que él llama razón o alma, cuya esencia es Dios. En otras palabras, los sentidos no son una forma de comprender la verdad de las cosas (Tornau, 2019). Los sentidos no constituyen un medio para comprender la verdad, ya que, según Cajal (2018), lo que se obtiene a través de los mismos carece de permanencia y trascendencia, y por lo tanto, no es conocimiento trascendental.
En consecuencia, identifica tres niveles principales de comprensión: las sensaciones, el conocimiento racional y la sabiduría misma (Cajal, 2018). Las sensaciones representan la forma más primitiva de abordar la verdad y la realidad, compartida con los animales. El conocimiento racional ocupa un lugar intermedio y se relaciona con la implementación de pensamientos. A través de la sensibilidad, el ser humano obtiene conocimiento de los objetos sensibles, pero la mente le permite analizarlos desde perspectivas eternas y no corpóreas. Finalmente, la sabiduría implica la capacidad del ser humano para adquirir conocimientos eternos, trascendentales y valiosos sin depender de los sentidos. En lugar de utilizar los sentidos, los individuos llegan al conocimiento mediante la introspección y la búsqueda de la verdad interna, personificada por Dios. Para Agustín, según Cajal (2018), Dios constituye la base de todos los modelos y normas, así como de todas las ideas que emergen en el mundo.
El Alma Racional
San Agustín de Hipona postuló que Dios creó el alma, siendo el único ser capaz de dar vida a otros seres y formar la creación, que incluye la tierra, el mar, las plantas, los animales y los demás seres (Rey, 2012). Desde la perspectiva de Platón, el cuerpo y el alma son sustancias completas y separadas; su unión es accidental: el hombre es un alma racional e inmortal que utiliza un cuerpo material y mortal como instrumento (Ruiza, Fernández & Tamaro, 2004). El alma, dotada de voluntad, memoria e inteligencia, es una sustancia espiritual simple e indivisible, cualidades de las que deriva su inmortalidad, puesto que, para Agustín, la muerte es la descomposición de las partes (Ruiza, Fernández & Tamaro, 2004). En pocas palabras, en correspondencia con Rey (2012), el alma de San Agustín es la sustancia espiritual del hombre, conectada al cuerpo y medio por el cual el hombre trasciende.
No obstante, Agustín estableció que únicamente el alma racional puede alcanzar este conocimiento (Cajal, 2018). Esta concepción sobre la naturaleza de la racionalidad refleja su reconocimiento acerca de la importancia de la razón y su convicción de que esta facultad no entra en conflicto con la fe. Según Cajal (2018), Agustín va más allá al argumentar que el alma debe estar motivada por el amor a la verdad y a Dios para acceder al conocimiento verdadero.
El Dualismo de la Memoria
Agustín de Hipona y su madre Santa Mónica, según Johann Dréo de Chartres, sostenían que la memoria representaba el aspecto más crucial de la mente, ya que era la raíz del funcionamiento psicológico (Shuttleworth, 2011). De manera similar, concebían la memoria como el espacio interno donde el ser humano almacenaba toda la información que podía aprehender, organizándola de manera ordenada y sucesiva conforme a la ocurrencia temporal de los eventos (Rey, 2012). En consecuencia, argumentaban que todas las habilidades y hábitos emanaban de la memoria, y postulaban que incluso los animales debían poseer la capacidad de recordar para su funcionamiento (Shuttleworth, 2011). Propusieron una memoria dual, discerniendo entre el reconocimiento y el recuerdo. De acuerdo con Shuttleworth (2011), los seres humanos solo recuerdan las imágenes de las cosas en la memoria sensorial, si bien la madurez de estas imágenes se desvanece en la memoria afectiva.
Esta memoria dual se basó en el principio de que una memoria recuperada era diferente de la original (Shuttleworth, 2011). Por ejemplo, el recuerdo de un evento no necesariamente conllevaba las mismas emociones que se sintieron en ese momento; por lo tanto, el reconocimiento y el recuerdo eran procesos diferentes. Asimismo, desarrollaron esta dualidad al reconocer que los procesos detrás de la memoria eran extremadamente complejos, es decir, algunas cosas se recuerdan fácilmente, otras requerían un pequeño esfuerzo y algunas otras se negaban a aparecer. Además, según Shuttleworth (2011), algunos recuerdos eran ordenados y secuenciales, mientras que otros eran desorganizados y abrumadores. Incluso, miraron la paradoja del olvido: si algo se olvidaba pero luego se recordaba, ¿cómo sabía que era conocimiento que poseía pero que se olvidó? Para superar esta paradoja, San Agustín de Hipona agregó que debía haber una memoria para las cosas olvidadas que trabajara en conjunto con la memoria (Shuttleworth, 2011). Finalmente, en correspondencia con Shuttleworth (2011), San Agustín de Hipona consideraba que los humanos nacían con algún conocimiento innato, aunque rechazaba la idea de portar conocimientos de existencias anteriores, puesto que, esto no coincidía con su cosmovisión teológica.
El Aprendizaje del Lenguaje
La filosofía del lenguaje de Agustín está influenciada por las teorías gramaticales helenísticas y romanas de los estoicos (Tornau, 2019). Sigue a los estoicos al distinguir entre el sonido de una palabra y lo que significa, pero se destaca por ser pionero en interpretar el lenguaje como un sistema de signos, integrándolo en una semiótica general (Tornau, 2019). Reflexiona sobre el lenguaje humano, abordando cómo los niños aprenden a hablar a través de su entorno y asociación (Cajal, 2018). Él sostiene que el habla tiene como objetivo principal enseñar; al hacer preguntas, incluso sobre lo desconocido, permite a la persona reflexionar y expresar libremente su punto de vista. Destaca que el lenguaje se enseña y aprende mediante la memoria, la cual se almacena en el alma y se exterioriza con el pensamiento para comunicarse con otras personas. Según Cajal (2018), destacó que la oración era un método de comunicación que se guardaba en el alma, y que solo servía para comunicarse con Dios de manera directa, para calmar preocupaciones y avivar la esperanza.
Los Sueños
San Agustín de Hipona examinó la naturaleza de los sueños y reconoció que los pensamientos y los impulsos que se suprimen mientras se está despierto pueden manifestarse de manera extremadamente fuerte en los sueños (Shuttleworth, 2011). De la misma forma, argumentó que en los sueños no hay pecado, por lo que no deberían afectar la conciencia de un cristiano, sin embargo también señaló que las experiencias pasadas pueden surgir en los sueños. Finalmente, en correspondencia con Shuttleworth (2011), San Agustín de Hipona concluyó que la memoria podría quedar enterrada en la mente inconsciente y resurgir en los sueños, donde no estaría sujeta a la moderación del pensamiento o la razón.
La Predestinación y la Confusión Interior
San Agustín de Hipona sostenía la creencia en el libre albedrío, proponiendo que este se encontraba en el centro del ser humano y que cada individuo tenía la libertad de elegir obedecer o desviarse de los planes de Dios (Shuttleworth, 2011). Es decir, afirmaba que una persona tiene el control de sus pensamientos y, por tanto, puede optar por ejercitar la voluntad y la autodisciplina, o sucumbir a los deseos carnales que van en contra del espíritu. Propuso que todas las personas tenían una lucha interna, una batalla del yo interior contra Dios, y lo extrapoló en el sentido de que las luchas y el caos del mundo que lo rodeaba también eran manifestaciones de ese conflicto en particular. Para él, en correspondencia con Shuttelworth (2011), los defectos de carácter y los mecanismos de defensa alimentaban la confusión interna entre lo que se espera de un ser humano y cómo realmente se comporta.
Por otro lado, San Agustín de Hipona el amor ocupaba un lugar central en la búsqueda de la felicidad (Shuttleworth, 2011). Sostenía que el deseo conducía al desorden y, por ende, al sufrimiento. Ejemplificaba que el anhelo de algo inalcanzable alimenta la angustia interna. Sin embargo, de conformidad con Shuttleworth (2011), Agustín postulaba que la clave para remediar este sufrimiento residía en el desarrollo del amor incondicional, capaz de reorganizar la mente.
Género, Mujeres y Sexualidad
La misoginia es poco común en Agustín; sin embargo, se desenvolvió en una sociedad influenciada por las tradiciones grecorromanas y judeocristianas, las cuales sostenían la subordinación de las mujeres a los hombres (Tornau, 2019). Su interpretación del relato del Génesis enfatiza la subordinación de Eva a Adán al ser creada como su ayudante y con el propósito de la reproducción. Sostiene que, bajo las condiciones de la humanidad caída, el matrimonio se convierte en una especia de esclavitud para las esposas, quienes deben aceptarlo con obediencia y humildad. En su primera exégesis antimaniquea del Génesis, alegoriza al hombre como lo racional y a la mujer como las partes no racionales y apetitivas del alma. Sin embargo, según Tornau (2019), insiste que el significado del relato del Génesis no era puramente alegórico; la diferenciación sexual había comenzado en el paraíso y persistiría en los cuerpos resucitados de los bienaventurados, siendo parte natural de la creación de Dios.
Siguiendo la convicción filosófica griega de que el alma, especialmente su parte intelectual más alta, no tiene género, Agustín sostiene que las palabras de Génesis sobre el ser humano creado a imagen de Dios implican que la mujer es tan humana como el hombre, ya que tiene un alma intelectual; no es el cuerpo, sino el alma intelectual, lo que hace que el ser humano sea una imagen de Dios (Tornau, 2019). De la misma forma, según Tornau (2019), Agustín compara al hombre con la razón teórica y a la mujer con la razón práctica, afirmando que si bien la razón teórica y práctica juntas, o la razón en su totalidad, es una imagen de Dios, la razón práctica sola, que se dirige hacia las cosas corporales y es ayudante de la razón teórica, no lo es.
Los puntos de vista de San Agustín de nipona sobre la sexualidad son más prominentes en sus tratados anti - pelagianos, donde desarrolla una teoría sobre la transmisión del pecado original de la primera pareja en el paraíso a todo ser humano nacido desde entonces, haciendo de la concupiscencia sexual el factor principal en el proceso (Tornau, 2019). En la ética de Agustín, la concupiscencia no tiene un significado específicamente sexuall, sino que es un término general que abarca todas las voliciones o intenciones opuestas al amor correcto. La transgresión de Adán y Eva no consistió en la concupiscencia sexual sino en su desobediencia, que, como el pecado primordial de los ángeles malignos, tenía sus raíces en el orgullo. En correspondencia con Tornau (2019), por esta desobediencia, ellos y toda la humanidad fueron castigados con la incapacidad de controlar completamente sus propios apetitos y las voliciones, un estado acrático permanente que marca a la humanidad caída.
La incapacidad de los seres humanos para controlar sus deseos sexuales e incluso sus órganos sexuales es solo un ejemplo especialmente obvio (Tornau, 2019). A diferencia de la mayoría de los escritores cristianos anteriores, Tornau (2019) menciona que Agustín pensaba que habían relaciones sexuales en el paraíso y que hubiera habido procreación incluso sin la caída; no compartía las ideas encráticas de algunos círculos ascéticos que esperaban compensar el primer pecado mediante la abstinencia sexual, y tenía puntos de vista comparativamente moderados sobre la virginidad y la continencia sexual.
Sin embargo, pensó que Adán y Eva habían podido controlar sus órganos sexuales voluntariamente para limitar su uso al propósito natural de la procreación; en el paraíso, había sexualidad pero no concupiscencia (Tornau, 2019). En correspondencia con Tornau (2019), el pecado original había destruido este estado ideal y, desde entonces, la concupiscencia sexual es un concomitante inevitable de la procreación, un mal que puede aprovecharse en el matrimonio legítimo, donde el propósito de la relación sexual era la procreación de hijos más que el placer corporal, pero que, sin embargo, somete a todo ser humano recién nacido al dominio del diablo, del que necesitan ser liberados mediante el bautismo.
Obras
Confesiones
En esta obra, San Agustín declara el amor por Dios a través del amor por su propia alma, que en esencia representa a Dios (Cajal, 2018). Esta obra consta de 13 libros, la mayoría de los cuales son relatos autobiográficos (Guzman, s.f.). San Agustín decidió nombrar su obra “Confesiones" no solo por esto, sino también por el significado religioso de la confesión (Guzman, s.f.). En correspondencia con O´Donnell (2021), la dicotomía entre la odisea pasada y la posición actual de autoridad como obispo se enfatiza de muchas maneras en el libro, entre otras cosas, porque lo que comienza como una narración de la infancia, termina con una discusión extensa y muy eclesiástica del libro del Génesis; la progresión es de los comienzos de la vida de un hombre hasta los comienzos de la sociedad humana.
Asimismo, aborda temas como las contradicciones entre su pasado y los puestos de autoridad posteriores como obispo (Guzman, s.f.). También habla de la naturaleza del pecado y la redención, revelando la influencia de San Ambrosio en el pensamiento de San Agustín de Hipona, así como las enseñanzas de Platón. Finalmente, de acuerdo con Guzmán (s.f.), habla de la renuncia a la sexualidad después de la ordenación sacerdotal, la búsqueda de la sabiduría divina y la experiencia mística que tuvo en Milán, lo que finalmente lo llevó a elegir la vida católica.
La Ciudad de Dios
El título original de este libro fue "La Ciudad de Dios Contra los Paganos" (Cajal, 2018). En el contexto de los conflictos armados y políticos entre África e Italia, así como en un entorno religioso constantemente enfrentado al paganismo, trabajó durante 15 años en una nueva forma de comprender a la sociedad humana (Guzman, s.f.). Para el filósofo, era necesario construir una ciudad de Dios capaz de oponerse a la ciudad del hombre. Este último estaba condenado al desorden, por lo que era importante que los sabios propugnaran una ciudad basada en la divinidad (Guzman, s.f.). La obra está dividida en 22 libros (O´Donnell, 2021). Los primeros 10 refutan las afirmaciones de poder divino de varias comunidades paganas, y los últimos 12 relatan la historia bíblica de la humanidad desde el Génesis hasta el Juicio Final, ofreciendo lo que Agustín presenta como la verdadera historia de la Ciudad de Dios (O´Donnell, 2021). En pocas palabras, según Guzmán (s.f.), Agustín trató de presentar una historia real de la ciudad de Dios.
Reconsideraciones
Esta obra fue escrita en los últimos años de su vida y ofrece una mirada retrospectiva a la carrera de San Agustín (Guzman, s.f.). En forma, el libro es un catálogo de sus escritos con comentarios sobre las circunstancias de su composición y con las retractaciones o reconsideraciones que haría en retrospectiva (O´Donnell, 2021). Por tanto, debe su título precisamente al ejercicio de autoanálisis que realiza San Agustín (Guzman, s.f.). Se trata de un escrito que expresa profundamente el pensamiento y la vida de este filósofo (Guzman, s.f.). Por consiguiente, en correspondencia con Cajal (2018), estudiosos de la obra de San Agustín de Hipona han indicado que esta obra, de algún modo compilatoria, es un material muy provechoso para llegar a comprender de forma cabal cómo evolucionó su pensamiento.
Referencias
Cajal, A. (2018). San Agustín de Hipona: Biografía, Filosofía y Aportes. Lifeder. Recuperado 12 July 2021, a partir de https://www.lifeder.com/aportaciones-de-san-agustin/
Guzmán, G. San Agustín de Hipona: biografía de este filósofo y sacerdote. Psicologiaymente.com. Recuperado 12 July 2021, a partir de https://psicologiaymente.com/biografias/san-agustin-de-hipona
O´Donnell, J. (2021). Saint Augustine | Biography, Philosophy, Major Works, & Facts. Encyclopedia Britannica. Recuperado 12 July 2021, a partir de https://www.britannica.com/biography/Saint-Augustine
Rey, L. (2012). EL CONCEPTO DE HOMBRE EN LAS “CONFESIONES” DE SAN AGUSTIN. Tangara.uis.edu.co. Recuperado 2 August 2021, a partir de http://tangara.uis.edu.co/biblioweb/tesis/2012/144359.pdf
Ruiza, M., Fernández, T., & Tamaro, E. (2004). Biografia de San Agustín. Biografiasyvidas.com. Recuperado 12 July 2021, a partir de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/agustin.htm
Shuttleworth, M. (2011). Psychology in the Middle Ages - St Augustine (354-430 CE). Explorable.com. Recuperado 12 July 2021, a partir de https://explorable.com/middle-age-psychology-st-augustine
Tornau, C. (2019). Saint Augustine. Plato.stanford.edu. Recuperado 12 July 2021, a partir de https://plato.stanford.edu/entries/augustine/
Un gran pensador que en mi opinion se encontraba muy adelantado a su epoca.
me gusta la manera en que proyectan aqui sus historia y su legado.
Saludos jarochos