Se requiere una especial vigilancia en aquellos entornos de muerte que suponen un riesgo para el desarrollo normal del duelo en la infancia, como la enfermedad mental de algún familiar, el escaso soporte familiar y/o de amistades, la muerte repentina o tras una larga enfermedad de un ser querido, los fallecimientos por accidente, entre otros (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Estos factores pueden dificultar el duelo y hacer que el niño necesite un apoyo adicional, sobre todo si se observa un cambio en su comportamiento o en su personalidad después de la pérdida (American Academy of Pediatrics and Children’s Hospital of Philadelphia, 2021). Sin embargo, según Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), se debe evitar la etiqueta de "patológico" hasta que se cumplan criterios diagnósticos estrictos, para no "patologizar" lo que puede ser un proceso normal de duelo que se puede superar sin intervención especializada.
Después de perder a uno de sus padres, se ha observado que hasta el 35% de los menores de 12 años muestran signos de depresión al cabo de un año (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Antes de considerar que el duelo se está complicando, es conveniente que tanto el menor como su familia se den un tiempo para iniciar el proceso, aceptando la nueva realidad y afrontando las dificultades que inevitablemente surgirán. También, conforme con Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), es importante que el menor tenga la oportunidad de integrar la pérdida y la relación con la persona fallecida en su historia, con el apoyo de su entorno familiar y educativo.
Para saber si es necesario o no acudir a un profesional, se pueden seguir unas pautas que, aunque no son infalibles, pueden servir de orientación (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Así, se recomienda consultar con un especialista si se da alguna de estas situaciones: la pérdida es muy significativa, porque la persona fallecida tenía un papel muy importante en el día a día del menor o del adolescente y su muerte va a provocar muchos cambios en la familia o la pérdida es muy impactante por las circunstancias en las que ocurrió la muerte. En correspondencia con Díaz (2016), las reacciones que aparecen tras la pérdida impiden que el menor pueda llevar una vida normal.
Hasta los Seis Años
Las reacciones que se manifiestan en los niños hasta los 6 años tras una pérdida significativa pueden ser diversas (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Se puede observar una incapacidad para llevar a cabo tareas que antes realizaban de manera autónoma, como volver a su cama, apagar la luz o dejar el chupete. Es posible que se presenten llantos constantes y exagerados que no cesan. Además, puede surgir una ansiedad de separación persistente. Esto puede manifestarse en la renuencia a participar en actividades que impliquen separarse del adulto cuidador, ya sea por miedo a que ocurra algo o por temor a sufrir otro abandono (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). En estos casos, de acuerdo con Díaz (2016), los niños pueden evitar juegos o actividades para pasar más tiempo con los adultos de referencia.
Asimismo, pueden aparecer miedos incapacitantes y un terror hacia cosas cotidianas que antes no existían (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Estos miedos pueden estar relacionados con la muerte, los cambios, los coches, las enfermedades, la oscuridad, los fantasmas, entre otros (Díaz, 2016). Es posible que se presenten problemas de sueño, como insomnio prolongado o pesadillas recurrentes (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Por eso, pueden no querer quedarse solos en su cuarto y tienden a meterse en la cama de los padres (Díaz, 2016). En caso de que haya fallecido uno de los cuidadores, suelen querer dormir con el progenitor superviviente y, una vez que se ha dado esa circunstancia, es muy difícil que vuelvan a su habitación (Díaz, 2016). Además, pueden surgir síntomas depresivos como apatía, tristeza profunda y negativa a iniciar actividades agradables (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Finalmente, según Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), pueden presentar una negativa a comer y una pérdida significativa de peso.
A Partir de los Seis Años
A partir de los 6 años, se pueden observar diversas reacciones en los niños tras una pérdida significativa (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Una de estas reacciones puede ser el aislamiento, donde se cierran a la comunicación. También puede surgir un aislamiento social extremo, donde no desean interactuar con los demás porque creen que no serán comprendidos. Es posible que se presente una aparente anestesia emocional, donde apenas son capaces de expresar las emociones asociadas a la muerte. También, conforme con Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), pueden asumir una responsabilidad o colaboración excesiva tras el fallecimiento, en la cual los niños desarrollan una tendencia exagerada a cuidar a otras personas.
Pueden presentarse síntomas persistentes de ansiedad y nerviosismo en sus actividades cotidianas (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). De la misma manera, pueden mostrar malhumor y agresividad constante, incluso agresiones a sus iguales (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Pueden volverse más violentos en los juegos, contestar de manera iracunda, perder los nervios con facilidad, destrozar material, cosas que antes no hacían y ahora sí (Díaz, 2016). Es posible que se mantengan síntomas depresivos como insomnio, regresión a etapas anteriores, apatía, y pérdida de interés por cosas que antes les interesaban (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). En correspondencia con Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), pueden mostrar una disminución drástica de actividad, sin deseo de participar en nada.
Asimismo, pueden tener dificultades para reintegrarse al ámbito académico, con problemas de concentración que se prolongan, y una disminución drástica del rendimiento escolar, que se mantiene en el tiempo (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). En este punto, se refiere a dificultades para asistir, que expresen quejas sobre el colegio que anteriormente no había, o muestren incomodidad por tener que abandonar el domicilio, entre otros (Díaz, 2016). Pueden presentar miedos prolongados e impropios de su edad, y una ansiedad de separación que no cesa (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Finalmente, de acuerdo con Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), también pueden presentar somatizaciones persistentes que no tienen una explicación médica, como dolores de cabeza, de tripa, vómitos, dolores musculares.
En la Adolescencia
En la adolescencia, tras una pérdida significativa, pueden surgir diversas reacciones (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Sin embargo, los adultos en el entorno del adolescente deben guiarse por el grado de interferencia que constituye para el adolescente: si son pequeñas cosas que no interfieren, normalmente se debe dar un tiempo hasta ver si se da una normalización, entendiendo que son reacciones lógicas tras una muerte (Díaz, 2016). En correspondencia con Díaz (2016), en los casos en que la interferencia suponga un problema, es importante intervenir para que puedan recuperar sus rutinas y costumbres lo antes posible.
Es posible que sientan rabia hacia quienes les dieron la noticia o hacia el personal sanitario que no pudo hacer más, llegando a hacerles responsables directos de la muerte (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Pueden tener pensamientos negativos recurrentes sobre la muerte que no cesan y pueden poner en práctica conductas de riesgo porque la vida ha dejado de preocuparles o de tener valor para ellos. Incluso puede surgir ideación suicida que llega a la elaboración de un plan suicida. De la misma manera, puede mantenerse una sintomatología depresiva, pueden sentir culpa que no cesa y pueden presentar reacciones mantenidas de entusiasmo o alegría inadecuados. Pueden comenzar a consumir sustancias que antes no consumían y/o aumentar las que ya consumían. De conformidad con Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), pueden tener incapacidad para retornar a sus rutinas habituales.
Una de las reacciones más notables es la disminución significativa en el rendimiento académico, siempre y cuando este no haya sido un problema antes de la pérdida (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Después de la muerte, pueden surgir problemas asociados con la atención, la concentración, la ansiedad ante los exámenes, el desinterés académico y el rendimiento, así como errores (Díaz, 2016). Además, puede observarse un aislamiento extremo (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Según Díaz (2016), los adolescentes pueden mostrar reticencia a participar en eventos sociales en los que antes participaban y a pasar tiempo con sus pares, reducir sus planes de ocio, quedarse acompañando a los adultos o bien ocuparse de cosas de las que antes no se ocupaban.
Otro comportamiento que puede surgir es la asunción de responsabilidades que antes no asumían, lo cual puede influir en su vida social (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). También puede darse el caso de que no quieran tocar las pertenencias del fallecido, prefiriendo dejar todo como si la persona fuera a volver. Además, pueden presentarse quejas somáticas relacionadas con la enfermedad de la persona fallecida (Artaraz Ocerinjaúregui et al., 2017). Estas pueden referirse a pequeños trastornos que pueden requerir atención médica, como dolores de cabeza, dolores abdominales, problemas gástricos, malestar general, entre otros (Díaz, 2016). Finalmente, conforme con Artaraz Ocerinjaúregui et al. (2017), pueden aparecer otros trastornos somáticos, obsesivos, de ansiedad, de separación, que anteriormente no se habían manifestado o no eran significativos.
Referencias
American Academy of Pediatrics and Children’s Hospital of Philadelphia. (2021). El Duelo en la Infancia: Cuándo Buscar Ayuda Adicional. Healthy Children. https://www.healthychildren.org/ Spanish/healthy-living/emotional-wellness/Building-Resilience/Paginas/Grieving-Whats- Normal-When-to-Worry.aspx
Artaraz Ocerinjaúregui, B., Sierra García, E., González Serrano, F., García García, J. Á., Blanco Rubio, V., & Landa Petralanda, V. (2017). Guía Sobre el Duelo en la Infancia y la Adolescencia: Formación para madres, padres y profesorado. Colegio de Médicos de Bizkaia. https:// www.sepypna.com/documentos/Guía-sobre-el-duelo-en-la-infancia-y-en-la-adolescencia-1.pdf
Díaz, P. (2016, febrero 25). Signos de Alerta que Indican Cuándo Llevar a los Niños a Terapia de Duelo. Fundación Mario Losantos del Campo. https://www.fundacionmlc.org/signos-cuando- llevar-ninos-terapia-duelo/
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